Nunca se me dio bien gestionar mis
emociones. Me levanto por las mañanas y no sé si
estoy triste, enfadada o tengo hambre.
No sé cómo me siento cuando alguien me da
un beso. No sé si tengo ganas de llorar o si voy a vomitar. No sé si quiero
estar con gente porque quiero estar con ellos o porque no quiero estar sola. No
sé si no me gusta estar sola. A veces me siento sola aunque esté rodeada de
gente.
Aunque sí sé cosas. Sé que me gusta estar
en casa. Sé que me gusta estar fuera de casa durante menos de cinco horas
seguidas. Sé que mi gata me quiere. Sé que siento más de lo que expreso, y que
eso hace daño a la gente. Pero ellos no saben que no puedo expresar algo que no
entiendo.
¿Estás
bien? Rubén me abrazó por la espalda.
Estaba frío. El siempre estaba frío.
¿Te he despertado?
No.
Acaricié su mano. Eran las cuatro y media
de la mañana
¿Estás bien?
No
lo sé.
Tomé aire y besó mi espalda.
¿Llevas mucho tiempo despierta?
Define mucho tiempo.
¿Desde cuándo estás despierta?
Desde las tres. Creo.
Crees…
Me giré, besé su cuello y él besó mi
frente.
Trata de dormir, mañana tenemos que
madrugar.
Nos abrazamos y conseguí dormir unas horas
más.
***
Los días de verano eran largos. Largos y
calurosos. Me sobraba la ropa y me faltaban líquidos. Pasaba días y días en mi
sofá duro y roído, jugando a juegos raros que encontraba en foros, leyendo
libros viejos y acariciando a Kaly, quien tenía una fascinación por las
ventanas.
Adopté a Kaly hace cinco años. Cuando la
vi por primera vez era una bolita blanca y negra con enormes ojos oliva que
apenas podía maullar. A medida que fue creciendo sus manchas se volvieron
marrones atigradas. Era mi única compañera de piso y la niña de mis ojos. Sé
que la quiero. Y sé que ella me quiere más que a nada en el mundo.
***
El verano acabó. Podía ducharme con agua
caliente y me gustaba. Rubén comenzó a trabajar y yo seguí con mis estudios.
Gracias a ciertos contactos conseguí un trabajo como camarera en una especie de
cafetería-escuela de dibujo con un buen horario para poder sacar buenas marcas.
***
El otoño terminó tan pronto como empezó.
Recuerdos difusos de rostros desaliñados y hojas muertas. Apuntes y café
cortado. Cada vez había menos valientes por las calles procurando no resbalarse
con el hielo.
Rubén cada vez pasaba menos por mi casa
pero solíamos quedar los fines de semana, tomábamos cerveza y me llenaba de
besos.
En clases siempre me sentaba delante a la
izquierda y trataba de relacionármelo menos posible. Pero pese a mis
esfuerzos, Guillermo, un chico con el pelo rizado caoba y ojos
brillantes, tímido pero alegre; comenzó a sentarse a mi lado y con comentarios
banales y poco a poco, pasando apuntes y acompañándome en los descansos, le
cogí cariño.
Mañana mis amigos y yo vamos a ir a un
concierto en el Teatro Principal. comenzó a exponerme mientras desenvolvía una
hamburguesa. Son buena gente. Raritos. Como tú. Creo que os caeríais bien.
Podía ver el humo del café y el baho
saliendo de nuestras bocas. Era Noviembre. La gente caminaba cubierta de tres,
cuatro y hasta cinco capas de ropa. Parecían zombies, con sus miradas
grises, arrastrando los pies, víctimas de una monotonía que les devoraba
lentamente.
¿Estás tratando de hacer que socialice,
Guille?
Pregunté sacando mi pitillera.
No. Bueno… Tal vez.
Admiré cómo desencajaba su mandíbula para
poder morder un pedazo de pan, lechuga pocha y restos de un cadáver bobino. Era
algo majestuoso y grotesco.
Sólo trato de abrirte un poco más mi
mundo, nada más.
Me abriste tu mundo en cuanto meneaste
tu culo fino hasta mi pupitre y comenzaste ha hablarme de tu vida. La gente se
asustó, ¿sabes? No habías abierto el pico hasta ese día.
¡Qué mentira! Hablé con los conserjes
para pedir las fotocopias de Historia de la ilustración.
Reímos levemente y prendí el cigarrillo,
hinché mis pulmones y exhalé el humo. Había comenzado a nevar.
Fumar mata.
La mierda que estás comiendo también.